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■ Geremiade
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-05-03 | [Questo testo si dovrebbe leggere in espanol] | Inserito da Valeria Pintea
Cierta medianoche aciaga, cuando, con la mente cansada, meditaba sobre varios libracos de sabidurĂa ancestral y asentĂa, adormecido, de pronto se oyĂł un rasguido, como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
«Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal; sĂłlo eso y nada más.» ¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre! Cada chispa desfalleciente dejaba un rastro espectral. Yo esperaba ansioso el alba, pues no habĂa hallado calma en mis libros, ni consuelo a la pĂ©rdida abismal de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar y aquĂ nadie nombrará. Cada crujido de las cortinas purpĂşreas y cetrinas me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal que, para calmar mi angustia repetĂ con voz mustia: «No es sino un visitante que ha llegado a mi portal; un tardĂo visitante esperando en mi portal. SĂłlo eso y nada más». Mas de pronto me animĂ© y sin vacilaciĂłn hablĂ©: «Caballero -dije-, o señora, me tendrĂ©is que disculpar pues estaba adormecido cuando oĂ vuestro rasguido y tan suave habĂa sido vuestro golpe en mi portal que dudĂ© de haberlo oĂdo...», y abrĂ de golpe el portal: sĂłlo sombras, nada más. La noche mirĂ© de lleno, de temor y dudas pleno, y soñé sueños que nadie osĂł soñar jamás; pero en ese silencio atroz, superior a toda voz, sĂłlo se oyĂł la palabra «Leonor», que yo me atrevĂ a susurran.. sĂ, susurrĂ© la palabra «Leonor» y un eco volviĂłla a nombrar. SĂłlo eso y nada mas. A un que mi alma ardĂa por dentro regresĂ© a mis aposentos pero pronto aquel rasguido se escuchĂł más pertinaz. «Esta vez quien sea que flama ha llamado a mi ventana; verĂ© pues de quĂ© se trata, quĂ© misterio habrá detrás. Si mi corazĂłn se aplaca lo podrĂ© desentrañar. ¡Es el viento y nada más!» Mas cuando abrĂ la persiana se colĂł por la ventana, agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral. Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento, con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal, en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral; fue, posĂłse y nada más. Esta negra y torva ave trocĂł, con su aire grave, en sonriente extrañeza mi gris solemnidad. «Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal; Âżcuál es tu tĂ©trico nombre en el abismo infernal?» Dijo el cuervo: «Nunca más». Que un ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa sorprendiĂłme aunque el sentido fuera tan poco cabal, pues acordarĂ©is conmigo que pocos habrán tenido ocasiĂłn de ver posado tal pájaro en su portal. Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal que se llamara «Nunca más». Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunciĂł desde el busto, como si en ello le fuera el alma, ni una sola sĂlaba más. No moviĂł una sola pluma ni dijo palabra alguna hasta que al fin musitĂ©: «Vi a otros amigos volar; por la mañana Ă©l tambiĂ©n, cual mis anhelos, volará». Dijo entonces: «Nunca más». Esta certera respuesta dejĂł mi alma traspuesta; «Sin duda -dije-, repite lo que ha podido acopiar del repertorio olvidado de algĂşn amo desgraciado que en su caĂda redujo sus canciones a un refrán; que pergeñó, acorralado, este lĂşgubre refrán: "Nunca, nunca más"». Como el cuervo aĂşn convertĂa en sonrisa mi porfĂa plantĂ© una silla mullida frente al ave y el portal; y hundido en el terciopelo me afanĂ© con recelo en descubrir que querĂa la funesta ave ancestral. QuĂ© pretendĂa esa torva ave, funesta y ancestral al repetir: «Nunca más». Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar; eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada sobre el cojĂn purpĂşreo que el candil hacĂa brillar. ¡Sobre aquel cojĂn purpĂşreo que ella gustaba de usar, y ya no usará nunca más! Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso mecido por serafines de leve andar musical. «¡Miserable! -me dije-; ¡Tu Dios estos ángeles dirige hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar! ¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás! » Dijo el Cuervo: «Nunca más». « ¡Profeta -gritĂ©-, ser malvado; profeta eres, diablo alado! ÂżDel Tentador enviado o acaso una tempestad trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje, a esta morada espectral? ¡Mas, te imploro, dime ya, dime, te imploro, si existe algĂşn bálsamo en Galaad!» Dijo el Cuervo: «Nunca más». « ¡Profeta -gritĂ©-, ser malvado; profeta eres, diablo alado! Por el Dios que veneramos, por el manto celestial, dile a este desventurado si en el EdĂ©n lejano a Leonor, ahora entre ángeles, un dĂa podrĂ© abrazar; si a la radiante doncella en el EdĂ©n podrĂ© abrazar. » Dijo el Cuervo: «¡Nunca más!». «¡Diablo alado, no hables más!», dije, dando un paso atrás; « ¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal! ¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje quiero sobre mi portal! ¡Deja en paz mi soledad! ¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!» Dijo el Cuervo: «Nunca más». Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado, en el pálido busto de Palas que hay encima del portal; y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal; y mi alma, de esa sombra que allĂ flota fantasmal, no se alzará... ¡nunca más! |
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